26 abr 2005

1819 - 2005 sin cambio alguno

En pleno uso de la razón, escribió Luis Alberto Cáceres en Red de estudiantes:

...un trecho del discurso de Bolivar ante el congreso de
Angostura en 1819, que dicho de paso, no hemos progresado mucho de allá
para acá:

"Uncido el pueblo americano al triple yugo de la ignorancia, de la
tiranía y del vicio, no hemos podido adquirir, ni saber, ni poder, ni
virtud. Discípulos de tan perniciosos maestros las lecciones que hemos
recibido, y los ejemplos que hemos estudiado, son los más destructores.
Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza; y por el vicio
se nos ha degradado más bien que por la superstición. La esclavitud es
la hija de las tinieblas; un pueblo ignorante es un instrumento ciego de
su propia destrucción; la ambición, la intriga, abusan de la credulidad
y de la inexperiencia, de hombres ajenos de todo conocimiento político,
económico o civil; adoptan como realidades las que son puras ilusiones;
toman la licencia por la libertad; la traición por el patriotismo; la
venganza por la justicia."

21 abr 2005

La realidad no tele-transmitida

¿A qué realidad pertenecemos? Acaso, y sin involucrar la lástima por la desgracia ajena, la realidad que a continuación se describe, no nos ha afectado desde hace mucho tiempo?. A este paso terminaremos comiendo alimentos importados, y respetando la homogeneidad que adoran quienes ejercen el poder en nuestro país.

Cuatro días en busca de los cadáveres de la masacre en comunidad de paz de San José de Apartadó.(Documento publicado el domingo 27 de marzo de 2005 en el periódico EL TIEMPO, de Bogotá, páginas 1-6 y 1-7, con texto y fotografías de Jesús Abad Colorado, especial para EL TIEMPO)

No puedo guardar más silencio. Estuve cuatro días con la Comunidad de
Paz de San José de Apartadó. Quise viajar a la zona para documentar
fotográficamente la búsqueda de sus líderes y familiares asesinados, en
las veredas del cañón del Río Mulatos, en la Serranía de Abibe. A un lado
Antioquia, al otro Córdoba. Una región rica en bosques y aguas, que
desde hace una década no cesa de ver parir, huir y morir a sus antiguos
dueños, los campesinos. Muchos de ellos de la Comunidad de Paz.

Jueves 24 de febrero.
En la noche recibí un correo con la trágica noticia del asesinato de siete personas de la Comunidad de Paz. "No podemos decir más, el dolor nos embarga tan profundamente que solo podemos llorar...". El comunicado responsabilizaba a miembros del Ejército por las muertes y anunciaba la salida de una comisión hacia la vereda La Resbalosa, a nueve horas de San José, para buscar los cuerpos.
Desde 1997, año en que conocí la población en el Urabá antioqueño,
después de la declaratoria de Comunidad de Paz, he visto crecer el Monumento a
la Memoria. Está hecho en piedras que traen del río y en cada una escriben el
nombre de las personas asesinadas. Ya suman más de 150.

Viernes 25 de febrero
Llegué a Urabá pasadas las 10 y 30 am. Con una persona de la Comunidad,
viajamos en un "chivero" hasta el corregimiento. Llegamos antes del
mediodía. El calor era intenso y los pocos pobladores que había
esperaban con ansiedad el reporte de los acompañantes internacionales, quienes
habían partido con los campesinos en la madrugada hasta La Resbalosa.
A la 1 y 30 pm llegó el reporte. "La comisión de la Comunidad de Paz
había llegado antes del mediodía, primero que las autoridades judiciales. No
creían que se lograra hacer las exhumaciones de todos los cuerpos esa
tarde". El regreso sería al otro día. Le pedí el favor a las dos
personas que me habían esperado que partiéramos. Con muchas dudas, bendiciones y
algo de alimentación partimos a las 2 pm.
El ascenso por uno de los brazos de la Serranía de Abibe comenzó
rápido. El miedo a la llegada de la oscuridad me empujaba más de lo que podía
caminar la mula. La voz tranquila de Pedro*, uno de los campesinos, me volvió
la calma. "Estos animales saben para dónde vamos y regulan su paso, si lo
apura, no tendrá energía para subir al Alto de Chontalito".
Casi a las 4 pm, nos alcanzó Don Alberto*, un hombre de manos grandes y
fuertes. "Es que esos muertos tienen muchos dolientes y eran como
nuestros hijos", recalca. El camino se hizo menos largo y tenso con sus
historias duras y dulces y por el amor que le tienen a esta tierra. A pesar del
dolor y el miedo, estaban llenos de dignidad y esperanza.
"Mire estas montañas tan bellas y productivas y ahora tan abandonadas.
Mi padre nos levantó en ellas. Esta es mi vida. Aquí vivo con mi mujer y
mis hijos y así sea con yuca y cacao vamos a sobrevivir. No pienso
desplazarme, ya lo hemos hecho y eso es muy duro. Son 8 o 9 años de persecución y
atropellos. Es una rabia que manejan con nosotros, incluso de parte del
Estado. Todo por no hacerle el juego a ninguno que maneje armas, todos quieren utilizarnos".
La tarde fue cayendo, el frío de la neblina nos borró el paisaje montañoso.
A los lados, un bosque tupido y los micos tití que saltaban huyendo.
Estábamos próximos al alto de Chontalito, en una de las crestas de la
Serranía de Abibe. La bajada fue más dura de lo imaginado, pero me
alegró el horizonte, un poco más despejado, y ver el cañón del Río Mulatos. Eran
las 6 pm y, frente al cerro Chontalito, del cual descendíamos, nuestro
destino, las montañas de La Resbalosa. Estas dividen a Antioquia de Córdoba, con
el municipio de Tierralta.
A las 7 y 15 pm, escuchamos el ruido de dos helicópteros que salían de
la montaña. Entendimos que había terminado la exhumación. Minutos más
tarde nos topamos con la comisión que había partido en la madrugada. Eran cerca
de 80 personas que, a pie y a caballo, bajaban de la finca de Alfonso Bolívar
Tuberquia, uno de los líderes de la Comunidad de Paz asesinados y en
cuya cacaotera fueron encontrados las fosas con los cuerpos mutilados. Una
fila interminable de luces y corazones partidos por el dolor descendió
rápidamente desde La Resbalosa hasta el Río Mulatos. Hubo silencio.
Sólo escuchábamos las chicharras y los jadeos de las bestias.
En el río, iluminado por la luna, la comisión se detuvo un momento a
esperar otro grupo. Varios líderes nos informaron que los cuerpos encontrados
fueron cinco. "Había huellas de tiros en la cocina, unas palabras escritas con
tizón de leña y manchas de sangre por el piso y de una mano que se
resbalaba por la madera. Los cuerpos estaban en dos fosas, a pocos metros de la
casa y en medio de la cacaotera. Allí encontramos a Alfonso Bolívar, su esposa
Sandra Milena Muñoz y a sus hijos Santiago, de 20 meses, y Natalia
Andrea, de 6 años. También encontramos el cuerpo de Alejandro Pérez, que
trabajaba en la recolección de cacao con Alfonso. Hubo trabajadores que huyeron.
A los adultos los descuartizaron, solo quedaron en tronco. A la niña de 6
años le cortaron un brazo y le abrieron el vientre, igual que al niño de 20
meses.
Luis Eduardo Guerra y su familia no estaban en las fosas, pero una
comisión salió antes del anochecer para verificar en algunos sitios cercanos al
río, donde fueron detenidos". Minutos después, aparece la otra comisión con la noticia de que habían hallado el sitio donde estaban los otros cuerpos. Luis Eduardo, Deiner y Beyanira. "Están río abajo y al aire libre, más allá de la escuela y a
un lado del camino que lleva al antiguo centro de salud de Mulatos. La
cabeza del niño la vimos a orillas del río y cerca de los cadáveres. Hay que
madrugar pues los "chulos" (gallinazos) se los están comiendo". Nos
devolvimos por la cabecera del río cerca de media hora; nadie quiso
hablar.
Sólo el sonido del agua que descendía de la Serranía de Abibe estaba en
sus ojos y oídos. Son casi las 10 pm y estamos junto a una pequeña casa de madera y techo de paja. Hay una sola habitación y varias familias.
Una de las mujeres de la comunidad, que relata es nacida en esta zona,
cuenta que "hasta hace una década vivíamos unas 200 familias en todo el
Cañón del Mulatos. Había tiendas comunitarias, escuela, centro de salud
y de eso no hay sino ruinas. Tanta incursión armada y las muertes de
campesinos nos han ido sacando de nuestras tierras. Hace un año había cerca de 90
familias y con una incursión de Ejército y paramilitares sólo quedaron
como 16. Ahora, quién sabe cuántas van a quedar".
Otros campesinos señalan el cañón de Mulatos y hablan de Nueva
Antioquia en Turbo. "Desde allí, los paramilitares han organizado muchas incursiones
y las coordinan con el Ejército. Con la desmovilización del Bloque
Bananeros y la llegada de la policía al corregimiento de Nueva Antioquia, han
montado otros grupos y campamentos más adentro, hacia esta zona limítrofe con
Mulatos, en un lugar conocido como Rodoxali".
La noche es clara por la luna. El grupo se prepara para dormir, unos
contra otros y bajo el mismo cielo. Sábado 26 de febrero
El día empieza desde las 5 am. La comisión se reparte tareas. Un grupo
regresa a San José de Apartadó, para preparar el sepelio. Otro bajará a
cuidar los cuerpos y esperará a que hagan el levantamiento. Los
acompañan miembros de las Brigadas Internacionales de Paz (BPI) y de Fellowship
of Reconciliation (FOR). Uno pequeño, debe buscar yucas y preparar algo de
alimento.
El grupo en que voy con cerca de 40 personas, parte a las 6 de la
mañana. 40 minutos después de caminar por el lecho del río, los gallinazos
advierten la llegada al sitio. A orillas del Mulatos, que por esta época está un
poco seco, se encuentra lo que queda de la cabeza del niño de Luis Eduardo,
Deiner Andrés, de 11 años: el cráneo y algunas vértebras. 15 metros más
arriba, está el resto del cuerpo del niño y el de su padre. También el
de Beyanira Areiza, de 17 años y compañera de Luis Eduardo. Sus cuerpos
están entrecruzados. De ellos poco queda. No hay señales de tiros en sus
cabezas.
El cuerpo del niño y su padre aún tienen las botas puestas. Beyanira,
no.
Está descalza y su cuerpo está una parte sobre el de Deiner y el resto
doblado contra el de Luis Eduardo. La sudadera verde de Beyanira está
remangada a la altura de la rodilla. Cerca del cráneo del niño, a 5 o 6
metros, está un machete tirado entre la maleza que bordea el río. 30
metros más abajo, en la mitad del Mulatos, entre las piedras, está una bota
pequeña y negra de Beyanira y 15 metros más allá está la otra, casi partida de
un tajo a la altura de la espinilla. Muy cerca está otro machete.
Los miembros de la Comunidad de Paz, se detienen y observan el cráneo
del niño. Luego suben hasta los cuerpos. No hay lágrimas. Sus ojos miran y
se ausentan. No hay palabras. El silencio lo rompen uno de los líderes y
el abogado: "Que nadie vaya a coger algún elemento en los alrededores. Las
pruebas no se pueden tocar. Es importante que la Fiscalía los recoja
para la investigación".
El grupo se retira a la otra orilla. Sólo ahora el llanto de una
hermana de Luis Eduardo, que se queda a su lado, hace eco y taladra hondo en este
silencio. Las lágrimas ruedan ahora por muchas mejillas. Pasan los
minutos y las horas y nada de helicópteros, ni comisiones de fiscales. Los
brigadistas desde un satelital se comunican y recuerdan, una y otra vez, el sitio
de recogida de los cuerpos.
A las 11 am, llega el desayuno. El día está despejado y se nos informa
que hay una nueva familia esperando para desplazarse en la casa donde
amanecimos. Varios jóvenes armados de caucheras lanzan piedras a los
gallinazos que se arremolinan en las copas de los árboles y a los
cerdos que merodean.
Son las 2 y 30 pm. Los acompañantes de BPI, al ver que no llega la
Fiscalía y sin posibilidades de comunicación con sus sedes, deciden regresar a
San José. Ofrecen regresar al otro día o el envío de un nuevo equipo de
brigadistas en caso que se sigan demorando las diligencias. El grupo de
la Comunidad decide permanecer cuidando los cuerpos.
A las 4 pm, el ruido de dos helicópteros anuncia la llegada de la
Fiscalía.
Eso creen todos. El grupo se dirige hasta el micropuesto de salud con
las banderas blancas, donde hay un lugar despejado para el aterrizaje.
Tratan de llamar la atención de los pilotos. Estos llegan hasta La Resbalosa,
baja un
helicóptero y otro vigila desde el aire, luego se dirigen a El Barro,
baja
nuevamente el mismo helicóptero y descargan la tropa que recogen en La
Resbalosa. Repiten una y otra vez la operación hasta completar cuatro o
cinco viajes. Estas acciones no duran, pues ambas montañas están frente
a
frente y, por la mitad, baja el Río Mulatos. A pie, el camino es de una
hora. Los campesinos volean sus camisas, prenden fuego, hacen
malabares,
pero los helicópteros se pierden de nuevo entre las nubes.
A las 5 y 15 pm, llega una comisión de soldados y policías. No se
acercan,
preguntan por los representantes de la Comunidad y les piden hablar a
solas.
Va uno de los líderes con el abogado. Más tarde, un capitán de la
Policía me
llama y se presenta de manera muy amable, es el capitán Castro. Me
pregunta
para quién trabajo y si puedo hacerle una serie de fotografías a los
cuerpos, para las diligencias del levantamiento, por si no llega la
Fiscalía.
Al devolverme, los campesinos me dicen que un soldado sin
identificación se
llevó el machete que estaba cerca de las botas de Beyanira. El soldado
lo
limpia y lo afila contra las piedras. Al ver que lo observo, se voltea
de
espalda. Al bajar el abogado y el representante de la comunidad les
cuentan
y estos suben a hablar con el capitán. Le piden informar al superior
del
Ejército "porque es una manipulación de pruebas". Al regresar donde se
encuentran los campesinos, están en mayor zozobra. "El soldado que
cogió el
machete, pasó por nuestro lado y, sin vergüenza o pena por lo que
vivimos,
nos hizo señas y dijo que ese machete era el degollador".
El oficial plantea que hasta el día siguiente no va a ser posible el
levantamiento, que amanecerá en un lugar cercano y va a vigilar que los
animales no sigan destrozando los cuerpos. El representante de la
Comunidad
y el abogado, les informan a este oficial y al del Ejército que al día
siguiente "la comunidad hará dos comisiones, una regresará hasta el
mismo
sitio a esperar que recojan los cuerpos y otra saldrá hasta la vereda
El
Barro, donde no se sabe nada de algunas familias, a pesar que viven muy
cerca". El oficial del Ejército les responde que en esa vereda están
ellos y
allá no hay familias. La comunidad insiste. A las 7 pm regresa al sitio
de
dormida. Domingo 27 de febrero
Antes de las 5 am, tres personas se encargan de sacrificar un cerdo. El
chillido intenso y lento del animal nos despierta. Su eco flota durante
minutos en el bosque. Luego, como todos estos días, regresa el
silencio.
Son las 6 am. La primera comisión parte con el abogado hasta el sitio
donde
se encuentran los cuerpos de Luis Eduardo, Deiner y Beyanira. Las 14
personas que salen hacia la vereda El Barro me piden que los acompañe.
Salimos río abajo. Nos desviamos 20 minutos después y subimos. La fila
se
detiene un momento. Hay un retén de tres uniformados. Preguntan a los
campesinos qué hacen en este sitio. Ellos dan la explicación. Un
soldado
tiene insignias en el brazo, del Batallón 33 Cacique Lutaima. Los otros
dos
no tienen nada. Me preguntan quién soy y porqué estoy con el grupo. Les
explico de mi trabajo documental y sobre la búsqueda de varias familias
de
este sector de las que no se sabe nada después de los hechos ocurridos
el
día lunes 21 o martes 22. El soldado habla con los otros dos y luego
sube
hasta donde hay más uniformados. Al momento baja y nos deja pasar.
Advierte
que algunos metros adelante hay un pozo donde se bañan varios soldados.
Pasamos y están lavando su ropa.
A escasas dos cuadras, están tres casas de madera y techo de zinc. En
la
primera hay un letrero hecho con tizón. "Fuera guerrilla, se lo dice tu
peor
pesadilla El Cacique"; encima se lee: "El alacrán BCG 33". No hay nadie
en
ella. Las personas que la habitan están en las otras dos viviendas, muy
cerca una de otra. Dos niñas le arrojan maíz a las gallinas y a una
marrana
con cuatro críos. Cuando ven llegar la comisión con la bandera de la
Comunidad, salen y saludan. Un hombre mayor, sentado en una butaca,
cierra
la biblia y sonríe. Llama a dos mujeres que están en la cocina. Detrás
de la
comisión llegaron tres uniformados y se quedan pendientes entre las
casas.
Otro hombre, sin camisa y con sombrero, sale de una habitación y saluda
muy tímido. Es Rigo*, dicen los campesinos.
La mujer más joven le da pecho a un bebé y la abuela habla en voz baja.
Quiere saber desde cuándo estamos en la zona y si venimos por ellas. Da
gracias a Dios porque va a terminar esta pesadilla. "Empezó el lunes
que llegaron y no nos han dejado salir. A Rigo, que es vecino también lo
tienen detenido. No le permiten ni ir a su casa que está al frente, en la otra
montaña. Tiene a su mujer y sus hijos solos. Me interrogan y amenazan,
porque dicen que soy la enfermera de la guerrilla. Con ellos vino
Melaza que es un paraco. Es la tercera vez que viene a mi casa con el Ejército,
dijo que va a acabar con todos los de la Comunidad de Paz porque son una
manada de hp guerrilleros y que si le toca le da a los extranjeros. Que
estamos en una zona que es de ellos y les pertenece. A mis hijas las han amenazado
con cortarles la cabeza cuando van al pozo por el agua. Han hecho varios
huecos buscando armas..."
Uno de los miembros de la Comunidad le cuenta que están desde el
viernes en la zona. Primero en La Resbalosa y luego cerca a Cantarrana, a 30
minutos.
Le dice que aún faltan por sacar varios cuerpos. Están el de Luis
Eduardo, Deiner y Beyanira. Los ojos de la mujer se llenan de lágrimas. Nos toma
las manos y habla más bajo: "entonces ¿es verdad que los mataron? ¿Por qué
les hicieron eso? Yo le dije a Luis Eduardo que no se fuera esa mañana para
la cacaotera a recoger esos granos. Sabíamos que venían haciendo un
operativo.
No me faltó sino rogarle para que se fuera a San José... Él no hizo
caso porque no tenía miedo, además necesitaba el dinero para llevar el niño
a revisión. Salió en la mañana y quedó de regresar, pero no lo hizo. Esta
gente, llegó después del mediodía el lunes (21 de febrero) y no hemos
hecho sino sufrir. Nos la hemos pasado rezando hasta hoy, que llegan ustedes.
Escasamente nos dejaron coger un poco de maíz. Como el miércoles, nos
dijeron que habían matado unos guerrilleros en el río, que uno iba con
la mujer y el hijo. Yo les dije, ¿no será que ustedes mataron a Luis
Eduardo y el niño? Ellos son de mi familia. Beyanira es su compañera. Ellos
cambiaron y al momento dijeron, eso los mataron los paramilitares".
Me acerco hasta uno de los soldados y comparto algunas apreciaciones
sobre el dolor de los campesinos en Colombia y le cuento que este viaje me
tiene sacudido por los hechos que lo rodean. Visiblemente afectado, me dice:
"son los campesinos quienes siempre pierden todo. Fíjese que esta familia va
a dejar hasta sus marranos". Le pregunto desde cuando está en la zona.
"Desde el lunes" responde . "¿Aquí en El Barro?", pregunto. "No, entramos por
Las Nieves el sábado y aquí llegamos el lunes".
A las 10 y 30 am, las familias están listas para su desplazamiento. Hay
mucha tristeza, pero también alegría. El graffiti de la primera casa ha
sido borrado por los uniformados. Regresamos al sitio de amanecida. Las dos
comisiones se han encontrado y saludan a las nuevas familias.
El ruido de dos helicópteros que salen del cañón del Río Mulatos,
anuncia que culminaron las diligencias del levantamiento de Luis Eduardo,
Deiner y Beyanira.
Después del mediodía, una romería de campesinos con algunos enseres y
animales inicia el ascenso al Alto de Chontalito. Vamos rumbo a San José de Apartadó.
A las 7 pm, agotados por la jornada entramos al corregimiento de San José.
Muchas personas salen al encuentro. "¿Dónde están los colegas de la
prensa?", pregunto a los habitantes. No hay respuesta. No ha llegado nadie.
La población está alrededor del salón comunal. Allí, están los cuerpos
de Alejandro Pérez, Alfonso Bolívar Tuberquia y Sandra Muñoz, sus hijos
Santiago y Natalia. Los habitantes de la Comunidad de Paz y su consejo
decidieron esperar que estuvieran todos los cuerpos para hacer un
sepelio colectivo. Antes de la medianoche son traídos al pueblo en un campero.
Vienen acompañados del sacerdote jesuita Javier Giraldo y de Gloria Cuartas.
Ella como alcaldesa de Apartadó, vió nacer esta comunidad.

Lunes 28 de febrero
Son las 7 y 30 am. El obispo de Apartadó aparece un momento. Antes de
las 8 se ha ido ya.
La misa se inicia a las 8 y 30 am, cuando llegan los campesinos de las
veredas cercanas. Es una misa donde se pide la verdad, se clama
justicia y respeto a la dignidad de esta Comunidad de Paz.
Mientras camino en este entierro, miro a los ojos de los jóvenes,
hombres y mujeres que estuvieron en la búsqueda de su líder y sus familias, a los
nuevos huérfanos y a las viudas de siempre. Es demasiado dolor. Las
personas que ví caminar valientemente por montañas y quebradas, están doblegadas
en este camposanto de San José de Apartadó.
* Nombres cambiados.
Jesús Abad Colorado
Especial para EL TIEMPO